Para
conmemorar la victoria sobre los persas en Maratón en el año 490 a.C., los
atenienses decidieron construir un templo a Atenea sobre la colina sagrada de
la Acrópolis, que dominaba la ciudad. Diez años después, un nuevo ejército
persa irrumpió en Grecia y, tras franquear el paso de las Termópilas, arrasó la
ciudad de Atenas. Los vengativos persas se ensañaron especialmente con los
edificios religiosos de la Acrópolis, de modo que el nuevo templo, que estaba
todavía en fase de construcción, fue destruido hasta sus cimientos. Durante más
de tres décadas, la Acrópolis permaneció en ruinas hasta que Pericles,
aprovechando la buena situación militar y económica de Atenas, propuso a los
atenienses su reconstrucción. La pieza clave del ambicioso proyecto era un nuevo
templo a Atenea, la diosa tutelar de la ciudad, que iba a tener diversas
funciones: custodiar el tesoro ateniense; conmemorar la gesta de Maratón o, en
general, de las dos guerras libradas contra los persas, y, sobre todo, ser la
residencia de una enorme estatua criselefantina (en oro y marfil) que debía
realizar Fidias, amigo de Pericles y supervisor general de todo el proyecto. De
hecho, se puede decir que templo y estatua estaban construidos el uno para la
otra.
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